Mediante la puesta en práctica de modelos o teorías económicas a favor de la liberación del comercio internacional, el intercambio de mercaderías entre países aumentó de manera constante durante los últimos cuatro siglos, influyendo en los términos de intercambio entre las naciones y atendiendo el creciente consumo de la humanidad. De esta manera, se impuso el consenso generalizado según el cual la autarquía no resultaba viable para ninguna economía y el intercambio comercial con las demás naciones era inminente.
Bajo la premisa del fomento al libre comercio, el dinamismo comercial se apoyó primero en la especialización del trabajo para la producción de determinados bienes a partir de identificar y aprovechar las ventajas comparativas naturales de cada país y, luego, en una siguiente etapa, en la creación de sus propias ventajas competitivas, inspirados en las nuevas oportunidades de mercado que un mundo más amplio podía ofrecer, tanto para bienes terminados como para materias primas.
Ante este dinámico panorama, con un vertiginoso desarrollo paralelo por cuenta de las industrias electrónica e informática, las cadenas de abastecimiento se convirtieron en protagonistas de primer nivel del comercio mundial y se fueron transformando en modelos de producción cada vez más sofisticados, más globales, especialmente desde la segunda mitad de siglo pasado hasta el presente. La deslocalización en la producción y la participación de diversos proveedores asentados en infinidad de países que aportaban materias primas, piezas o insumos para la manufactura de determinados bienes, cada vez más intensivos en tecnología, se convirtieron en prácticas industriales normales, incluso transoceánicas y transcontinentales que, a pesar de las distancias geográficas, otorgaban costos de producción eficientes y atractivos.
Se hizo industrialmente muy complejo que en un solo centro de producción se produjera un bien en su totalidad y, por ello, se hizo obligatorio acudir a diversos proveedores especializados, ubicados en cualquier parte del mundo, para obtener los componentes que permitieran lograr la manufactura completa de un producto. Este escenario se articuló sobre una armoniosa y sincronizada cadena logística de abastecimiento que dio como resultado cadenas globales de suministro para ofrecen bienes también de perfil global.
Sin embargo, finalizando 2019 irrumpió la pandemia del covid-19 generando confinamientos masivos de la población (entendidos como consumidores) en casi todo el planeta. Inmediatamente, los procesos de producción se vieron interrumpidos e incluso paralizados como consecuencia de la caída de la demanda. El desconcierto y la incertidumbre reemplazaron a los pronósticos de producción tranquilos y a las ventas relativamente predecibles. Las cadenas de suministro, hasta hace poco armoniosas y ágiles, estaban de repente estáticas, confundidas: Se rompió su normal funcionamiento porque primero se frenó la demanda y, luego, esto trastornó la oferta de bienes y servicios.
De manera generalizada empezaron a presentarse demoras en las operaciones de transporte y logística internacional o, simplemente, la cancelación de pedidos o envíos de mercancías terminadas, en proceso o materias primas, con el consecuente desabastecimiento en bodegas industriales y luego, por ende, en supermercados y todo tipo de tiendas. Las empresas al verse paralizadas debido a la falta de abastecimiento empezaron a buscar soluciones para afrontar esta nueva realidad. Era claro que necesitaban contar con mayor autonomía en sus operaciones productivas y no seguir dependiendo de lejanos proveedores que ahora no podían responder tan bien como lo hicieron durante las décadas pasadas. Y al preguntarse sobre cómo controlar mejor sus cadenas de abastecimiento, para hacerlas más propias y seguras, la opción que surgió apuntó a contratar proveedores locales o, por lo menos, más cercanos.
Por primera vez, se cuestionó el modelo de las cadenas de abastecimiento que, basado en su sincronismo y eficiente logística, ha aportado por largo tiempo muchos beneficios al comercio mundial. Por ello, una posible solución o el Plan B de las empresas para el presente y el futuro, independientemente de si facturan o no en mercados internacionales, es asumir esquemas de autarquía, puesto que el traumatismo derivado de la escasez de chips, contenedores, vehículos, o concentrados para animales, por citar solo unos ejemplos, deben corregirse y evitar que se repitan. Y probablemente un proveedor local, más cercano y confiable, puede ser la solución.
Sumado a este panorama confuso y desconcertante, el conflicto entre Rusia y Ucrania y la tensa relación comercial entre Estados Unidos y China que incluye brotes de “nacionalismo productivo”, han agravado la situación, coadyuvando a registrar los niveles de inflación más altos en los últimos 50 años a nivel mundial, con mayor incidencia en los alimentos. Es evidente que el aumento generalizado de los precios que está afectando al planeta es consecuencia de la desarticulación en las cadenas de suministro.
En conclusión, ante este nuevo panorama, cuando los países y sus empresas empiezan a entender y medir las consecuencias económicas y comerciales del covid 19, surge la reflexión para sobre si las cadenas globales de valor han perdido su importancia estratégica y deben replantearse o rediseñarse, para contar con una mejor capacidad de respuesta ante fenómenos como la pandemia o si, por el contrario, el entorno económico está iniciando una época influida por la autarquía.